Una lesión latosa de difícil manejo terapéutico y que trae de cabeza a muchos corredores es la periostitis tibial, también conocida como shin splint o síndrome de estrés tibial, debido a la inflamación dolorosa del periostio tibial.
El periostio es la funda o vaina fibrosa que nutre y da sensibilidad al hueso. Los músculos se insertan en los huesos a través del periostio mediante los tendones y ligamentos, lo que nos da una idea de su fortaleza y resistencia. En el caso de la tibia, estos músculos son el sóleo, los tibiales y el flexor común de los dedos, músculos que tienen una gran implicación en la dinámica de la carrera.
Podemos afirmar que los huesos no duelen, por carecer de terminaciones nerviosas; sin embargo, el periostio es muy sensible al dolor y la inflamación.
En el periostio distinguimos dos capas: una superficial compues- ta de vasos y nervios y otra más profunda en contacto íntimo con el hueso y a través de la cual este se va a nutrir y crecer.
Los huesos son elementos vivos y, aunque parezca mentira, se encuentran en continua formación y destrucción. El proceso de destrucción se denomina «osteoclastosis» y el de formación, «osteoblastosis». Esta última se genera a través de la capa interna del periostio, sin duda un vital aliado de nuestros huesos.
Cuando se rompe el equilibrio entre osteoclastosis y osteoblastosis, empezamos a tener problemas de osteoporosis o pérdida de la densidad ósea, situación habitual tras una inmovilización, desajustes hormonales como la menopausia y por determinadas enfermedades crónicas.
El periostio tibial se irrita e inflama durante la carrera debido al impacto repetitivo del pie contra el suelo, provocando una vibración que a su vez dará lugar a un dolor característico intenso y urente, especie de quemazón que obliga al corredor a parar.
Una vez que debutamos con esta lesión, cada vez se acorta más el tiempo necesario para que aparezca, frustrando las expectativas del corredor, a menudo principiante. El corredor descansa unos días y al retomar la carrera vuelve una y otra vez el dolor, y es cuando acude a la consulta del especialista, médico, podólogo o fisioterapeuta.
Es una lesión íntimamente asociada al exceso de pronación, ya que el pie al pronar arrastra a la tibia a rotación interna, a través de la mortaja tibio-peroneo-astragalina (TPA); esto ya es para nota- .. Me explico: cuando el pie se hunde hacia dentro, el astrágalo, que es la llave del tobillo, arrastra a la tibia, haciéndola virar internamente, pero por arriba los cóndilos femorales presionarán a su vez a la tibia a través de sus mesetas o superficies articulares, tratando de evitar cualquier situación de inestabilidad, lo que concluirá en un efector torsional que podemos entender si comparamos la tibia con una cebolleta que retorcemos con nuestras manos llevando cada una de ellas en sentido opuesto a la otra, y el resultado será el desprendimiento del pellejo del bulbo. (Espero que sirva esta burda comparación para entender lo que ocurre con nuestras tibias cuando hiperpronamos, y desde luego la presencia de un pie valgo o la laxitud ligamentosa suelen ser los principales culpables).
La zapatilla deportiva tiene tanta importancia en la carrera que simplemente cambiando a un modelo más acorde con la pisada puede ser suficiente para resolver el cuadro doloroso en sus inicios. La zapatilla dura carece de elementos capaces de absorber el impacto del pie contra el suelo, sobre todo en corredores por encima de los 75 kilos de peso, lo que llevará implícito un aumento de las ondas de choque del pie contra el terreno, sobre todo si este es también duro (asfalto y aceras).
La zapatilla blanda, por el contrario, va a permitir que el pie esté pronando más tiempo del debido y en lugar de adaptarse adecuada- mente al piso, estabilizarse en su apoyo completo y despegar correc- tamente, que sería lo idóneo, en este caso el tiempo durante el cual la mediasuela de la zapatilla está ejerciendo su deformidad contra el terreno está aumentada, dando lugar a una sobrepronación que a su vez arrastrará a la torre, la tibia. Es lo que sucede cuando corremos sobre arena suelta o playa.
Para explicar a mis pacientes corredores su patomecánica suelo recurrir a la mecánica del automóvil, y del mismo modo para describir la disposición de la cadera suelo echar mano de personajes cinematográficos. Charles Chaplin acentuaba su gran comicidad llevando gran- des zapatos y andando con los pies hacia fuera —marcha en abducción—, pero lejos de los escenarios su cadera era correcta.
Los corredores que andan y corren en abducción presentan una cadera en rotación externa o retroversión femoral, que les condiciona esa dinámica característica con los pies hacia fuera. Pues si el corredor tiene una cadera en retroversión y el pie tiene que pronar unos grados para alcanzar el suelo, es fácil imaginar el gran recorrido que tiene que realizar el miembro inferior, lo que sin duda le originará situaciones de estrés durante la carrera.
Lo mismo ocurre cuando tenemos una tibia arqueada —tibia vara—, que si bien para el futbolista supone una adaptación para optimizar el gesto del golpeo del balón, para el corredor suele ser un problema, al tener que compensar el pie aumentando su pronación para adaptarse y estabilizarse en su apoyo completo.
Las disimetrías tienen su máxima repercusión cuando nos encontramos en situación de bipedestación, es decir, de pie prolongadamente y con las rodillas estiradas; sin embargo, durante la carrera, y según la intensidad de la misma, tendremos los dos pies en el aire —carrera rápida—, o uno en el suelo y otro en el aire —carrera lenta—, y en ambos casos la cadera tiene la posibilidad de adaptarse sin sufrir sobrecarga, pero ciertamente según el grado de asimetría podría tener alguna repercusión en el impacto, aunque no existen estudios que lo corroboren.
El terreno tiene asimismo una implicación directa tanto si es muy duro —asfalto y aceras, por el incremento de las fuerzas de impacto sobre el aparato locomotor— como si es muy blando —arena de la playa, que permite la deformación del terreno y, por ende, que el pie permanezca más tiempo del debido buscando su estabilización en el terreno, que llegará demasiado tarde—. Lo ideal sería una superficie tipo campo de golf, o en su defecto caminos de tierra blanda, sobre todo aprovechándolos tras días de lluvia.
Los cambios de ritmo bruscos, las series y las pendientes también constituyen un aumento en el estrés tibial. Mi primera lesión fue precisamente una periostitis tibial, rondaba el año 1982 y trabajaba en salvamento aéreo en el aeropuerto de A Coruña. Por entonces ese aeropuerto tenía muy poco tráfico aéreo, apenas un avión procedente de Madrid y alguno que llegaba de Londres, de modo que me podía permitir el lujo de correr por el césped del campo de aterrizaje. Recuerdo que en una ocasión olvidé mis zapatillas de correr, unas Karhu con las que corrí el Mapoma, y tuve que entrenar con las de tenis, mi otra gran pasión, y ciertamente no tuve ningún problema. También debo decir que por aquella época medía 1,75 m y pesaba 58 kilos.
Un buen día, aburrido de dar vueltas en torno a la pista de aterrizaje, decidí correr por la carretera que une el aeropuerto con Alvedro, y ahí empezó el fuerte dolor en las espinillas, fruto de dos errores: uno, el cambio brusco de superficie de entrenamiento, y dos, la utilización de zapatillas inadecuadas, con poca amortiguación.
Lógicamente era muy joven, 24 años. Aquella molestia me duró una semana y simplemente volviendo a la bendición del césped fue suficiente para no volver a sentir dolor.
El dolor de la periostitis puede abarcar todo el trayecto tibial, pero es más frecuente a nivel de 2/3 de la misma, entre 5 y 15 cm por encima del maléolo tibial. Pegaditos a la tibia tenemos músculos como el tibial posterior y el sóleo, que a menudo se sobrecargan y contracturan durante la carrera y que conviene diferenciar del dolor de la periostitis, más intenso y a modo de quemazón, aunque en ocasiones van de la mano.
La fascia es una especie de membrana que envuelve grupos musculares. Cuando uno o varios de estos músculos que integran la fascia se inflaman, aumenta el volumen del contenido dentro de la misma, originando el denominado «síndrome compartimental», que puede ocurrir a cualquier nivel de la anatomía humana.
La fractura de estrés sería la consecuencia de procesos repetitivos de periostitis o bien de un entrenamiento o prueba que sobrepasa la capacidad que tiene el corredor para absorber dicha carga de trabajo, y se trata de una fisura ósea cuyo síntoma fundamental es el dolor agudo, pero que no dará hallazgo radiológico hasta pasadas dos semanas, donde lo que aparece en la radiografía es la formación ósea de reparación (abultamiento óseo).
El tratamiento de la fractura de estrés será reposo relativo durante seis semanas, pero no es necesario inmovilizar.
La prevención pasa por calentar adecuadamente antes de empezar a correr, y estirar después de los entrenamientos toda la musculatura implicada en la carrera, de abajo arriba: fascia plantar, tibiales, gemelo y sóleo, cintilla, cuádriceps, isquiotibiales, glúteo y piramidal, lumbares… Merece la pena invertir 15 o 20 minutos en estirar después de entrenamientos por encima de una hora e incluso dejar un día a la semana exclusivamente para realizar estiramientos completos. Conseguiremos con ello unos músculos más elásticos y oxigenados, que a su vez realizarán un trabajo más armónico durante la carrera, con menor estrés articular.
El estudio biomecánico de la pisada nos ofrecerá información precisa sobre cómo es nuestra pisada y el podólogo nos dirá el tipo de zapatilla más adecuada, así como la conveniencia de utilizar soporte plantar personalizado.
Las medidas a adoptar por el propio corredor ante una periositis tibial son las siguientes:
Se basa en tres principios:
Cuando aparece el dolor agudo en la tibia tenemos que parar y recuperarnos.A la semana podemos iniciar la actividad de forma moderada por caminos de tierra, evitando aceras y asfalto y alternando carrera con marcha rápida. Si todo va bien y no aparece nuevamente el dolor, podemos incrementar progresivamente el kilometraje y la intensidad. A partir de la tercera semana intentaremos incorporar el asfalto en caso necesario. Si en algún momento de la readaptación a la carrera vuelve a aparecer el dolor, tendremos que para y visitar al profesional adecuado y en paralelo revisar el estado de las zapatillas.
Es habitual que el corredor tenga en la mesilla junto a la cama algún tipo de pomada. En esta ocasión también funciona, sobre todo aplicada con un masaje suave; asimismo es aplicable por el propio corredor el vendaje espiral a través de toda la tibia, empezando de abajo arriba y de dentro afuera. Un truco que recomiendo a menudo es la colocación de un palo de ver la garganta, depresor lingual e incluso palo de polo, sobre la cara interna de la tibia, coincidiendo con la zona de máximo dolor y fijado mediante el vendaje anterior- mente descrito.
La aplicación de hielo —crioterapia— puede ayudar durante los primeros 4-5 días, 20 minutos cada cuatro horas, incluso masajeando la zona con el propio frío, con la debida protección para evitar quemaduras.
En casos crónicos habrá que recurrir a las ondas de choque, EPI e incluso infiltraciones entre periostio y hueso, y cuando todo lo anterior fracasa solo nos queda la cirugía, consistente en la realización de incisiones para descongestionar el periostio e incluso llegando a extirpar el periostio degradado.Afortunadamente casi nunca es necesario tener que recurrir a esta maniobra.
El soporte plantar tiene gran importancia para restablecer la normalidad y romper el círculo vicioso carrera-lesión. Es como el equilibrado del coche: por mucho que cambiemos las ruedas, estas seguirán desgastándose anormalmente si no lo realizamos.
Con el soporte conseguiremos neutralizar los momentos de pronación anormal del pie, que a su vez dan origen a la torsión tibial y situación de dolor. La capa superficial del soporte que contacta directamente con la piel tendrá menor dureza que el resto de las capas, para permitir cierta absorción del impacto, evitando la vibración del periostio y el consiguiente dolor.
La zapatilla deberá ser acorde con el peso del corredor y la superficie de entrenamiento. En cuanto a la pisada serán neutras, puesto que ya incorporaremos nuestros soportes correctores, pero suficientemente estables.
En muchas ocasiones desaparece el síntoma del dolor, pero eso no significa que la lesión haya remitido, por lo que conviene dejar un margen de tiempo de seguridad y empezar con actividades que no impliquen impacto —natación, bicicleta y elíptica—. El entrenador irá marcando la pauta de incorporación y adaptación a la carrera.
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