El esguince de tobillo es la lesión más frecuente en el pie. El motivo es porque a diario le sometemos a una gran exigencia, sobre todo los deportistas cuando saltan, corren y realizan movimientos y giros bruscos… Para ejecutar todas esas órdenes, nuestros pies tienen que asumir un gran reto, de modo que tienen que ser lo suficientemente fuertes para no romperse, y a la vez tener la suficiente elasticidad para permitirnos todos esos movimientos. El problema llega cuando ese movimiento de inversión se realiza de manera inadecuada por un mal gesto o un mal apoyo, y la arquitectura del tobillo no asume esa posición. Ahí nace el esguince de tobillo.
El pie cavo varo, con mucho arco y con tendencia a irse “hacia afuera”, supinado y rígido, es el más proclive a sufrir un esguince de tobillo. También hay personas que tienen una laxitud tan grande que, a pesar de hacer malos apoyos y torcerse el tobillo en un mal paso o un movimiento inadecuado, no se lesionan. Esto ocurre porque sus ligamentos son tan flexibles, tan “de goma”, que pueden girar el tobillo hasta esos extremos sin sufrir el esguince.
Cuando hemos hecho un mal apoyo, gesto o movimiento y nos duele el tobillo, si tenemos un esguince, lo primero que vamos a percibir es una inflamación. Un edema. Un esguince, por pequeño que sea, viene acompañado por una hemorragia o edema. En ese caso lo que tenemos que hacer es aplicar frío inmediatamente, 10 minutos cada 3-4 horas, para aliviar el edema. Porque muchas veces las peores consecuencias son fruto del propio edema más que del esguince en sí.
Poner los pies en alto también para ayudar al drenaje, y acudir a un profesional para un análisis certero de la situación, ya sea un fisioterapeuta, un médico o un podólogo. Y una vez conocido el grado de afectación, seguir el tratamiento más adecuado.
Podemos clasificar los esguinces de tobillo, según su gravedad, en cuatro niveles o “grados”.
– Grado I. Es un esguince leve provocado por una torcedura. En estos casos se realiza un vendaje funcional, compresivo, mediante taping, y nuestra vida continúa con total normalidad. Incluso podemos seguir practicando deporte y hacer movimientos flexoextensores sin limitaciones.
– Grado II. Es un esguince moderado, pero en el que ya existe una pequeña rotura fibrilar. Al igual que en el caso anterior, se realiza un vendaje funcional, compresivo, pero el deporte está contraindicado y además se necesita un reposo de, al menos, una semana.
– Grado III. Es un esguince con una rotura ligamentosa importante. Requiere de inmovilización que puede ser de hasta 3 o 4 semanas, dependiendo del caso, y después una vuelta progresiva a la actividad física.
– Grado IV. Es un esguince que conlleva arrancamiento óseo. Este es el peor de los casos, sin duda, hablamos de 6 a 12 meses de trabajo arduo, porque hay que hacer rehabilitación y es más complejo, pero también menos frecuentes.
La prevención siempre es un mecanismo ideal para evitar cualquier lesión. El pie y su musculatura intrínseca se puede trabajar mediante ejercicios de fortalecimiento. Es importante saber que el pie tiene multitud de terminaciones nerviosas (de ahí que sea la zona en la que tengamos más cosquillas), y por eso es capaz de enviar información al cerebro de manera tan rápida. Es el motivo por el que, por ejemplo, podemos evitar una caída al tropezarnos y rectificar la zancada a tiempo.
Esa propiocepción, o esa “velocidad de informar del pie al cerebro”, se pierde cuando sufrimos un esguince de tobillo. Por eso la mejor manera de evitar un esguince es trabajar nuestra propiocepción. Además de los numerosos ejercicios que pueden hacerse en casa, en el gimnasio, con una cinta elástica o con un bosu, el simple hecho de caminar descalzos por el césped o por la arena de la playa ya ayuda al pie a este propósito del que hablamos.
Y es que, aunque nos resulte paradójico, el uso del calzado desde que prácticamente somos bebés, ha jugado en contra del fortalecimiento de la musculatura de nuestros pies.
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